martes, septiembre 11, 2007

Atravesando la Cueva del Gato

Buenaaas.

No sé cómo me lo monto pero me pasa siempre lo mismo. Os cuento.

Había quedado con mi hermano y el colega Jose en ir a hacer espeleo en la Cueva del Gato. Para ello teníamos que partir a Benaoján (Málaga) a las 7:00am. Pues bien, el sábado salí de trabajar a las 0:00h y acto seguido quedé con Vito, Voltio y Paqui para echar unas cervecitas y charlar de todo, ya que hacía tiempo que no nos reuníamos los cuatro juntos.

Llegué a casa a las 4:30am o así y con dos pintas sobre mi cabeza... me acosté a las 5:00 y me puse TRES despertadores a las 6:30. Fui apagándolos hasta que llegué al tercero, en el que tomé conciencia de que tenía que levantarme... Cogí una mochila con cosinhas y me fui a casa de mi hermano desde donde saldría la expedición.

Carlos y Jose estaban metiendo las cosas en el coche, les conté la peripecia y me eché a intentar dormir en el sillón de atrás, pero me fue imposible. Hora y media después paramos para desayunar café y molletes de manteca colorá con hígado de cerdo... un verdadero manjar y más adecuado para la dieta que todos los Biofrutas del mundo.

Más espabilado, empezamos a hablar de lo que íbamos a hacer.

Jose se había encargado de contactar con Pangea, la empresa de Turismo Activo que haría la actividad. El precio oscilaba entre 60 y 68 Euros por barba, dependiendo de si el grupo reclutaba a la décima persona. La actividad la haríamos con dos monitores de la empresa, que nos facilitarían los neoprenos, arneses, cascos y el transporte necesario para hacer la actividad, que nos llevaría unas seis horas para realizarla.

Llegamos al punto de reunión en el aparcamiento de La Cueva del Gato y allí nos juntamos con los monitores y los otros siete que harían la actividad con nosotros.

Nos pusimos un cuerpo del neopreno, montamos en los coches y fuimos hacia El Hundidero. ¡Comenzó la juerga! :D

  • Bajando el valle para acceder a la cueva. Pincha para agrandar
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    Llegamos a la entrada de la cueva de Hundidero, nos enguatamos los neoprenos, ajustamos los arneses y el casco, y probamos las luces LED y la incandescente. Estábamos listos para la aventura.

  • De izquierda a derecha, enano Mudito, enano Atractivo y enano Fortachón. Pincha para agrandar
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  • La primera parte del recorrido es genial, es lo más. Vamos internándonos en la cueva siguiendo un sendero que se hace cada vez más estrecho; debemos sortear rocas y una torrentera seca, hasta llegar a la primera prueba, un salto desde 4 metros a una poza de agua cristalina. Acojona el hecho de tener que tirarte a las oscuras aguas desde bastante altura, pero la fe en los espeleólogos experimentados es un alivio que teníamos en cada momento. El agua dentro de la cueva está a 6 grados, pero la sensación de frío sólo se nota en las manos y en la cara, el agua que entra en el neopreno se calienta sumamente rápido, y el agua fría se convierte a veces en una bendición por tener que hacer un camino complicado vestidos con neoprenos completos.

    Avanzamos así, a veces sorteando rocas, otras con agua por la cintura o nadando. Con cada nuevo obstáculo los monitores nos daban instrucciones precisas sobre cómo debíamos actuar y qué salientes u oquedades deberíamos utilizar para sortear los desniveles.

    El recorrido hacía que uno pensara en las rocas hundidas bajo el agua, fastidioso pensamiento de darse una piña en el coco y quedarse flotando ahí dentro pa los restos, pero en cada momento teníamos a los guías que nos orientaban y advertían sobre la mejor manera de tirarnos al agua, en qué punto el agua era más profunda y cualquier detalle a tener en cuenta. A parte de que es legalmente necesaria la presencia de espeleólogos experimentados con un grupo de novatos, las explicaciones que daban, el buen rollo y la tranquilidad que transmitían Cuco y Alexis era de lo mejor en determinadas situaciones.

    Pasados varios saltos y lagos, el recorrido exigía salvar distancias atados a una cuerda de seguridad con los arneses. El grupo avanzaba siempre en orden, sin prisas, y entre nosotros existía la camaradería de mirar siempre atrás para ver que el compañero continuaba el recorrido entero.

    Tras un salto de 5 metros sobre el agua, nos encaramamos sobre una pared de roca y nos preparamos para hacer un Rapel de unos 6 metros. Hacía tiempo que no hacía un descenso rapelando, y Cuco me aconsejó de cómo hacerlo correctamente. Está buena la cosa, creo que me podría aficionar a ésto de la escalada y los descensos.

    Pasamos varias salas, pasadizos, toboganes, saltos... ufff... y un fangal en el que si te andabas torpe perdías el calzado, es como el fango del Río San Pedro pero más compacto; se me quedaron los zapatos dentro del fango pese a las advertencias de los monitores, los saqué, los lancé lejos y seguí el camino únicamente con los escarpines. Contó Cuco una anécdota, un cliente que entró, perdió los botines y Cuco, escarbando en el fango le dio un par -Toma, tus botines y le tendió un Adidas y un Nike del 42 y 44 respectivamente. -Eh! Que yo tenía unos Reebok! Po es lo que hay! jajajaja. Ese barro se lo traga todo.

    Y finalmente llegamos a la parte más coñazo del recorrido, hora y media por un pasaje lleno de rocas afiladas y resbaladizas que nos acercaban aún más a la salida, la Cueva del Gato.

    Como broche final subimos una pared cercana a la salida, ya veíamos cómo la luz natural se proyectaba contra una pared. El grupo se desdobló entre los que subimos la pared y los que siguieron el curso natural del agua. Jose, Carlos y yo subimos junto a cuatro más y Alexis, uno de los guías. Cuando estuvimos sobre la pared, Alexis dijo: Bien, este es el mayor salto de la cueva, tiene 10 metros. -miré abajo y siquiera veía el agua, un saliente cónico a modo de trampolín me ocultaba la caída- Después de haber pasado el coñazo de la torrentera esa lo que no os podéis perder es esta poza tomadlo como un premio a vuestro esfuerzo. -¿Qué profundidad tiene?- preguntaron. No tiene fondo. Hace unos meses se tiró un danés de 1,90 y 95 kilos de peso, se tiró de pie y no tocó fondo -murmullos- ...así que no os preocupéis por eso. Yo seguía mirando la caída, acojonado. Me estaban entrando unas ganas de mear increíbles, pero eso de hacerlo en el neopreno (por mucho que me lo recomendara el Voltio) no me molaba.

    Tiraos con las piernas juntas y los brazos pegados al cuerpo. Si os tiráis de otra forma, de culo, de espaldas o de pecho será como si os callérais sobre hormigón -dijo Alexis-. Eso no me ayudó en nada, me he tirado al agua de una altura parecida y sé que en durante la caída te da tiempo a pensar en todo menos en controlar el cuerpo.

    El Gallego, que así se hacía llamar, fue el primero que se tiró. Sólo ver cómo se tiraba, desaparecía de mi vista y al rato sonaba el estruendo a-c-o-j-o-n-a-b-a, y yo miraba a todos lados para ver dónde podía echar una meada rápida. Poco a poco se fueron tirando, se tiró Jose y me tocó a mi. Me acerqué al punto de salto, pudiendo ver por primera vez el agua mucho más abajo de mis pies. Junto a la poza sobre una roca, como iguanas con un sólo ojo incandescente, me iluminaban los demás compañeros. Un escalofrío me recorrió de abajo arriba, miré a Alexis que estaba a mi derecha y me dijo: Venga, es sólo dar un paso. El escalofrío no se me iba, oculté la cara entre las manos, respiré hondo y di el paso.

    Al rato entré en el agua y ya en ella me dejé llevar todo lo que pude hacia el interior de la poza, dejando que me envolviera y sin necesitar el oxígeno, sintiendo cómo la adrenalina del salto se diluía, y pasaba a convertirse en euforia. Hice balance allí dentro y sentía como si me hubieran dado un golpe sobre el casco con un bate de béisbol. Todo pasó en seis segundos a lo sumo, pero los que habéis tenido la oportunidad de ver el relativismo del tiempo podéis saber que lo que digo es verdad.

    Tras nadar un poco más, sortear rocas y tal, llegamos a la luz del sol. Junto al lago de la entrada, varios turistas nos miraban como si hubiésemos aterrizado en un OVNI. Aprovechamos e hicimos el último salto en la catarata de la entrada para vacilarle a los niños, niñas y viejos por la cara xDDD.

    Después de arreglar el pago con los monitores, despedirnos de los compañeros y tal, Jose sacó la neverita, nos dio una cervecita a mi hermano y a mí y nos preparamos un bocata de chorizo del que dimos cuenta a orillas del lago.

    Un día para recordar, una experiencia que no voy a olvidar.



    Si queréis saber más, aquí os dejo este enlace.

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